[vc_row][vc_column][vc_column_text]El concepto de tiempo es tan insensible como flexible y tan justiciero como inofensivo. Es una realidad que no podemos negar y a su vez, es algo tan etéreo como inexpugnable.
¿Cómo puede ser todo tan contradictorio sobre él, verdad? No estoy seguro de poder contestar a esto, pero sí que lo estoy de que se pueden sentir estas contradicciones especialmente en un entorno natural.
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La semana pasada fui a ver un castillo sin rey ¿te acuerdas?, esta semana he disfrutado de “los castillos del vino”. Me he adentrado en el Parque Natural de San Lorenzo, en el Bages, que está frente al de Montserrat y he caminado por sus pequeños senderos de la misma manera que nuestra sangre lo hace por las pequeñas venas de nuestro cuerpo: lleno de vida, oxígeno puro y de forma imparable hasta mi objetivo: alimentar mi corazón.
Sí, estoy enamorado de esta zona del planeta. Milenios de desarrollo humano, estrategias para sobrevivir y demás iniciativas para poder subsistir en un entorno que no es fácil como son las montañas arboradas, han sido protagonistas del movimiento de nuestra especie en estos valles y parques naturales de una forma sostenible. Admirable.
Llevo gafas porque soy miope desde los diez años de edad, pero siempre he tenido buena vista para saber cuándo y dónde viajar y, sin duda, en estos parajes, el éxtasis sensitivo se produce entre semana cuando la mayoría de la gente trabaja. En días laborables puedes pasear durante horas (la excursión fue de casi cinco) sin encontrarte a nadie, absolutamente a nadie.
Como sabes, la dieta mediterránea es sabrosa y agradecida pero, comer entre este paisaje, hace que sepa el doble de deliciosa ya que es un gozo desayunar productos de la tierra con las mejores vistas y como hilo musical el mejor: el de los trinos.
Iba descubriendo estos castillos de tinas (unas construcciones en las que hace 200 años se almacenaba y producía vino con la uva sembrada a pocos metros de ellas) de una manera tranquila ya que, debido a que es imposible que se pueda acceder en vehículo a ellas, hacía que el paseo fuera relajado y a su vez, la ausencia de visitas motorizadas, hace que las tinas estén conservadas casi perfectamente.
He visto hacer fuego con excrementos de camello en el Sahara, o encender un fuego para calentar agua en bosques frondosos, lluviosos y con madera mojada, pescar sin red y muchas más artimañas con las que nuestra especie supera obstáculos y te aseguro que la creación, invención y uso de estas tinas no se queda atrás en el ingenio: son preciosas de mirar y merecedoras de admirar.
Para hacer que esto fuera posible era importante tener una tenacidad y un ingenio extraordinarios, pero por encima de todo: un respeto por el entorno. En esto, es en lo que la sociedad moderna peca y quizás, sucumba. Nosotros llamamos “tribus salvajes” a las residentes en el Amazonas, en los bosques de Papua, en las zonas árticas, anteriormente a las tribus de los desiertos o de los nativos de la actual Norteamérica, pero ellos saben vivir con su entorno en absoluta armonía, mientras que nosotros, no prestamos atención al medio-ambiente que, todo y que la palabra nos avisa, ignoramos esa proclama de que es dónde sí o sí, es el medio dónde vivimos y si no lo cuidamos, se volverá contra nosotros inevitablemente.
Fue una excursión preciosa en estética y en mensaje, admirable en todos los sentidos… y por todos los sentidos.
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