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“Zitges”: Sitges con “z” de Zen

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Uno de los lugares más encantadores de la costa mediterránea es, sin lugar a dudas,  Sitges.  Todo el Mediterráneo es espectacular porque rebosa de historia, literatura, arte, conquistas, guerras, amores y separaciones. Ha habido tantas idas y venidas de civilizaciones que hoy en día, puedes encontrar un paisaje urbanístico azul y blanco casi idéntico entre, las islas griegas, Túnez, la costa turca, italiana, israelí, marroquí y la de Sitges.

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Este rincón ha sabido mantenerse fuera de ese tipo de turismo irrespetuoso, tóxico y destructivo que no ha calado aquí como si lo ha hecho en Mallorca, Salou, Lloret de Mar o zonas de Barcelona ciudad.

Si me preguntaras dónde te llevaría para disfrutar de un día de playa, tomar el sol y una buena comida, sin ninguna duda, respondería que en este municipio, no muy grande, cuna y morada de una gran comunidad de LGTB y con un arte exquisito para no atraer al turista nacional e internacional que concibe España como comida (poca), mucha bebida, fiesta, drogas y poco más.

Recuerdo que cuando terminaba mi estancia como profesor en India, planeaba visitar las Islas de Andamán, un archipiélago hindú “cercano” a la costa de Birmania en el Golfo de Bangala. Sin embargo, por vergüenza ajena decidí no ir. Resulta que las comunidades residentes de esas islas tuvieron que modificar sus hábitos ya que los turistas iban en ocasiones desnudos, bebían alcohol en la playa y otras acciones que incomodaban a los lugareños o iban en contra de sus valores. Esta misma actitud la he visto con occidentales en Bali, que al igual que muchos norte-europeos en España, no conciben la diferencia entre libertad y libertinaje.

En el sentido contrario, bajo mi punto de vista, también es intolerante cuando una persona de Oriente Medio, Asia u otras zonas con valores más cercanos a su culto religioso, disfruta de un día de ocio y su empatía es cero hacia las convicciones occidentales. Es común ver como se le llama la atención a una persona que entra en un recinto de ocio acuático  con ropa no apropiada o excesiva para el baño (especialmente mujeres, porque los hombres sí que se despojan de ropas y calzados para disfrutar del frescor del agua) y se meten en el agua con una actitud higiénica dudosa.

Si no queremos perder nada, viajemos con la maleta cerrada pero con el espíritu abierto y para eso debemos ser respetuosos e inteligentes para ponerle alfombra roja a la sensibilidad y que perciba tanto, tanto y tanto que podemos aprender de las demás culturas. Esta premisa que dice: mi libertad empieza donde termina la tuya, en Sitges, la he sentido en cada ráfaga de aire fresco, cada saludo y sobre todo en el estilo de vida de los locales.

En esta ocasión he ido allí para grabar una vídeo lección, pero de ir a relajarme, evito de ir en Corpus, Carnaval o en el Festival de Cine Fantástico para evitar las aglomeraciones, pero el resto del año, es un auténtico placer dejarse llevar por el ritmo que marca esa joya mediterránea del litoral catalán. Sin duda, junto a la gironense Cadaqués, tierra de  mi amado Dalí, son el carisma de la costa catalana. No en vano, en Cadaqués sintió Dalí que era la mejor luz para inmortalizar con el pincel y en las montañas de Sitges se refugia un monasterio budista desde 1996. No dudaría en rebautizar este pueblo de pescadores como Zitges con “z” de Zen.

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