[vc_row][vc_column][vc_column_text]Dentro de las contradicciones del idioma que me rodean, hay una que es muy llamativa: mi poeta favorito me “enganchó” sin palabras… sin versos… y mucho menos lo hizo con poemas, sino que lo hizo con la letra y la imagen.
Me encanta Lorca, Machado, T. Matsumoto… pero me enamoró Brossa, Joan Brossa. Me encanta todo de él: su apellido, que significa basura en castellano, su fecha de nacimiento el 19 de 01 de 19 19… pero sobre todo, su poesía. Tiene poemas escritos fantásticos pero él lleva al límite la expresión coloquial de ”vale más una imagen que mil palabras”.
Brossa además, como persona supo camuflarse en una sociedad idólatra como lo hace un reloj: siempre presente y paciente mientras ve cómo a su alrededor todo el mundo tenía – y tiene – prisa. De hecho, ahora mismo pienso que escribir sobre él es lo opuesto a lo que él hubiera querido. Quizás lo correcto fuera solo escribir una “A”.
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Viendo su obra, yo consigo descubrir ese espacio que hay en mi mente que traduce en emociones el mensaje que leo y veo en sus poemas visuales. Me explico: mientras el método más utilizado en poesía es:
– Versos escritos del poeta + las emociones que experimenta quien lo lee = poema.
Brossa lo hizo al revés:
– Letras + gráfico que represente las emociones > El lector une ambos = poeta.
Para mí, él es un genio porque consigue plasmar la parte subjetiva que el lector aporta cuando ve el poema y entonces es él mismo quien le pone los versos.. Es decir: hace poeta al que está leyendo. Sencillamente magistral.
He estado compartiendo su poesía por varios países y no importaba el país que fuera, la clase social, etc… todos recibían el mensaje o, mejor dicho, todos se convertían en poetas al verla. Sí, esta es la frase correcta: ver la poesía.
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